lunes, 5 de diciembre de 2011


CAPITULO 2

En seguida me quedé dormida, no me podía creer que me hubiera quedado dormida con esa facilidad; después de esta última semana. Había pensado demasiado, muchas cosas en la cabeza...

El carruaje se paró de repente en medio del bosque, hacía bastante frío. Llamé al cochero varias veces, pero no respondía nadie. Yo soy de las personas que no salen a ver que pasa, de las que prefiere quedarse dentro del coche. Esperé durante unos minutos, minutos que se hicieron eternos.

Decidí salir del coche, con decisión, para ver qué ocurría. El cochero no estaba; se había dejado su sombrero, pero no estaban ni él ni su látigo. Empecé a preocuparme, era de noche y hacía frío.

Empecé a oír ruidos entre los grandes abetos del bosque. Sería algún animal, mi mente jugándome una mala pasada. Se oían en diferentes sitios, al rededor del coche. Empecé a asustarme de verdad; ¿quería el cochero gastarme una broma? 

Me metí en el coche y cerré los ojos, queriendo que todo acabara. Se oían cada vez más cerca, más cerca, más cerca.... No podía mantener mis ojos cerrados por más tiempo, los abrí y ahí estaba...

Era él, su figura esbelta y estilizada. No pude articular palabra, la sorpresa era demasiado grande; no podía ser él. Mis sospechas se infundaban en una mentira... Estaba muy pálido, casi transparente. Intenté hablar, pero no salía ningún sonido de mi boca. Se iba acercando al coche, era como si flotara... Llevaba su bata, era su viva imagen. ¿Qué hacia en el bosque, solo?

¿Podía ser mi tío? No, era imposible. Él estaría en la mansión ahora mismo... no podía ser. Ahora estaría acostado junto a mi tía, o leyendo un libro frente a la chimenea. De repente, su figura había desaparecido. Desde la ventana del coche solo veía oscuridad. Cerré los ojos otra vez, estaba aturdida.

Noté que algo frío recorría mi mejilla... Estaba bastante mareada, casi ni podía respirar. Era como si algo pesado y frío me oprimiera el pecho. Seguía notando ese tacto frío por toda mi piel; y empecé a oír una respiración entrecortada a mi derecha. Era un susurro, no pude distinguir bien lo que decía. Se acercó más, podía notarlo sobre mi pómulo. Dijo: "Abre los ojos".

Me desperté sobresaltada. Había sido todo un sueño, una pesadilla, más bien. Estábamos en el camino que lleva a la mansión. Las piedras del camino hacían que el coche brincara mientras que los caballos intentaban sortearlas. 

En los bordes del camino, se podían distinguir algunas ortigas y flores campestres de color amarillo. Al fondo, se hundía en la más profunda oscuridad el gran bosque de abetos, cuyas copas se alzaban hacia el cielo, como si quisieran tocarlo.

Como de la nada, surgió la mansión. Su color blanco destacaba sobre un fondo gris oscuro.  El bosque hacía que pareciera aún más sombría que de costumbre. El camino de entrada, hecho de pequeños guijarros, llevaba a un porche con columnas. Estas estaban rodeadas por enredaderas de grandes hojas verdes. La entrada era tan descomunal y hermosa que hacía sombra al resto de la casa. 

La gran puerta de entrada, de roble macizo, tenía como llamador una gran cara de león. Recuerdo que, cuando era pequeña, ese león me producía escalofríos.

viernes, 2 de diciembre de 2011


CAPITULO 1

Era un día algo extraño, parecía que las nubes se comían el suelo, que lo engullían en un gris oscuro. Esa mañana me levanté temprano, cuando las pequeñas gotas de escarcha aún no habían abandonado las puntiagudas hojas de los pequeños pinos que dominan mi jardín. El día encajaba perfectamente con mi estado de ánimo. 


Había pasado un mes desde que recibí esa carta, esa dichosa carta. Todo un mes pensando en la situación; ¿cómo era posible? No entendía nada; y, después de un mes dando vueltas en la almohada, las ojeras se acrecentaron en mis mejillas. Había ocurrido otra vez, no creí que podría volver a pasar.


En un día soleado, de esos días en los que solo piensas en salir a la calle y relajarte dando un paseo, comenzó mi pesadilla, como cada año. Había salido temprano, cuando ni las flores del campo han abierto sus pétalos al calor del sol. Todo estaba radiante, espléndido. Pero toda la euforia que podía tener, se tornó en desesperación. 


Encontré, en el quicio de la puerta, un sobre gris con los bordes dorados y, en cuyas esquinas, se averiguaban distintas formas florales en color plata. Supe de quien era en cuanto que lo vi. Lo abrí rompiendo el sello en cera roja que lo mantenía cerrado, alejando la horrorosa noticia que guardaba. Comencé a leer en voz alta, aunque nadie pudiera oírme, aunque mi voz se entrecortara en cada palabra, como si así pudiera asumir los hechos que escondía:


"Querida sobrina,
siento que cada año tengas que recibir una carta como esta. Ya te imaginarás lo que ha sucedido y es por esa razón por la que quería que vinieras a mi mansión. Como comprenderás, es preferible que te explique todo en persona, por doloroso que sea. Esta carta es una simple invitación, sabes que no es necesario que vengas, pero sería muy grato por tu parte. El dolor que siento ahora mismo me oprime el alma. En los peores momentos te acuerdas de las personas que más quieres.
Saludos, tu tía que te quiere"

"En los peores momentos te acuerdas de las personas que más quieres", jamás podré olvidar esa frase. Es una frase que esconde demasiadas verdades, que iba acorde con la situación. Esta carta tenía algo diferente a las otras, era un matiz, una idea: "tu tía que te quiere". Nunca me había dicho nada así, era una persona demasiado fría y reservada como para mostrar sus sentimientos. Para ella, eran un signo de debilidad.


No quería pensar; intenté hacerme a la idea, pero era imposible. Tenía demasiadas preguntas, y todas respondían a los tópicos: ¿quién?, ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿dónde? y ¿POR QUÉ?.
"¿POR QUÉ?", resonaba cada vez más alto y claro sobre mi cabeza. Por mucho que lo intentara no encontraba el porqué. Había investigado, había estado noches sin dormir, año tras año. Siempre la misma pregunta.


Acabé de preparar mis maletas, me iba por un tiempo indefinido. Había decidido visitar a mi tía a toda costa, ambas lo necesitábamos. Yo lo necesitaba, quería dejar la rutina, relajarme en compañía de mis seres queridos.
 El cochero llamó a la puerta, subió todas mis cosas al carruaje y emprendí mi viaje. Mi viaje hacia lo que podía cambiar mi destino y el de mi familia. Estaba dispuesta a responder a la pregunta que me perseguía continuamente y ese era mi momento.