martes, 9 de octubre de 2012

Capítulo 4



Capítulo 4


Agarré con decisión la anilla que sujetaba la boca del león y di tres golpes. Para mi sorpresa, nadie acudió a la puerta. En realidad no me sorprendía nada: el servicio que contrataba mi tía no solía cumplir con su trabajo, al menos no como se esperaba.

Oí un ruido a mi espalda, me giré y nada. El coche seguía ahí, pero el cochero se había ido, supuse que se habría ido a estirar las piernas.

Noté algo frío sobre mi hombro, me di la vuelta y ahí estaba, el jardinero de mi tía.
Llevaba con ella desde que alcanza mi memoria. Era un hombre algo gastado y su cara estaba picada de viruela. Su pelo, de un rojo fuego, tenía pequeñas áreas de canas. Su gran nariz sobresalía sobre los pequeños labios, que siempre tenían una mueca de sonrisa forzada. Era bastante meticuloso y perfeccionista con su trabajo, de hecho, podía estar horas y horas contemplando una rosa, pensando si podarla o no.


—¡Ahhhhhhhhh! —el corazón casi se me sale del pecho.


—Jajaja —rió el jardinero de mi tía.—¡No me digas que te sigo dando miedo!


—¡Jack! Viejo loco... Casi me da un infarto— le reñí bromeando.


—¿Así me recibe la sobrina de la señora? Supongo que ha venido por la carta que le ha enviado su tía. Una tragedia y una pena lo que ha pasado..., pero será mejor que hable con su tía antes de que meta la pata— se había empezado a poner pálido, nunca le había visto así.


—¡No te lo tomes tan en serio, Jackie!— me acerqué y le di un gran abrazo— Hablando de mi tía, ¿no hay nadie en casa? He estado esperando y nadie abre la puerta. ¿Dónde está Trudis?


—Tu tía ha contratado a una criada nueva. Trudis tuvo que marcharse con su familia por... motivos personales —adoptó un aire misterioso al decir la última palabra.— La criada nueva está aún algo despistada. ¿Por qué no me acompañas al jardín, y así, no esperas sola?


—Sabes que el jardín me encanta. Además, es temporada de rosas— dije con una sonrisa.


—Las rosas siguen donde las recuerdas, niña— le gustaba llamarme niña.— Además, tengo una sorpresa, una vieja sorpresa...


Justo cuando dijo eso la puerta se abrió con un gran crujido. La criada, sin levantar la mirada en ningún momento, me hizo un gesto para que la siguiera. Llevaba el mismo uniforme que Trudis (delantal y diadema blancos; y falda y camisa negras). Ni siquiera saludó. Me indicó con la cabeza que le siguiera. Me despedí de Jack, que ya estaba absorto con una de las enredaderas del porche y entré en la mansión. No tuve tiempo de recordar la forma de la mansión, la criada se movía a la velocidad de la luz por los oscuros pasillos, que eran los que conducían al ala este (según supe más tarde). Me dejé llevar, nunca había estado en esa zona de la mansión y no la conocía muy bien. Tropezaba con mesas, sillas y bustos. La criada resoplaba pero seguía su camino. No intercambiamos palabra alguna, parecía que estaba en otro mundo. Lo poco que podía intuir de su forma, me decía que era mucho más fuerte de lo que parecía de frente. Tenía una espalda ancha, señal de que ha levantado peso durante muchos años.

Me fijé en su forma de caminar. Era diferente a la de las otras criadas. Esta no iba estirada ni con la mirada al frente. Caminaba desgarbada, como con chepa, y miraba siempre al suelo. Mientras pensaba esto, mi cadera se encontró con la esquina de uno de los muebles del pasillo. Me hizo tropezar y caí de rodillas sobre el pié de mármol de una de las estatuas. La criada detuvo su marcha, resopló, pero no me ayudó a levantarme.

Llegué a mi habitación con las rodillas doloridas. Era grande. La cama ocupaba casi la totalidad del espacio. Frente a los pies de la misma, se abría un gran ventanal con cortinas verdes. Desde el balcón se podía ver todo el jardín trasero, el pequeño estanque con patos a la izquierda; el laberinto a la derecha; y el paseo que llevaba al bosque en el centro. De fondo, se podían vislumbrar las montañas, con algo de nieve en la cumbre.

En una de las sillas encontré un bonito vestido azul cielo. Supuse que era el vestido que me debía poner para la cena. Tenía una nota atada con un lazo negro. Decía:


Este vestido lo encargó tu tía especialmente para ti. Como habrás observado, es de su color preferido. Sería de su agrado que la señorita lo llevara en la cena.

La letra, claramente, no pertenecía a mi tía. De hecho, no sabía exactamente a quién podría pertenecer.

viernes, 6 de enero de 2012




Capítulo 3


Solíamos jugar en el jardín; era genial correr libres sin importar nada. Nos encantaba escondernos en el gran laberinto; jugar a tirar piedras al lago; o correr tras los gansos riendo a carcajadas.

Mi tío siempre nos dejaba jugar donde quisiéramos; donde quisiéramos menos cerca del gran portón de la entrada. Siempre que nos veía cerca del mismo nos reñía y nos sermoneaba con la leyenda de la cabeza del león.

 "Cuenta la leyenda que esta casa la construyó un leñador con sus propias manos. Era un leñador frío; nunca ayudaba a nadie. La soledad en que se hallaba inmerso era tal, que había perdido el sentido del habla. Un día salió al bosque y se perdió. Cuando llegó la noche y el gélido aliento de la luna de invierno comenzó a helar cada uno de los rincones del bosque, el leñador se tendió en el suelo. El frío ya había penetrado en sus huesos y su corazón, o lo que quedaba de él, se había helado por completo.

De repente, sintió un calor como nunca antes lo había sentido. Le abrasaba el pecho, y sentía cómo fluía a través de cada una de sus extremidades. El leñador se levantó de su lecho y vislumbró un gran león. Su roja melena irradiaba fuego, el mismo fuego que le calentaba.

Dio un paso al frente, alargando su tosca mano para tocarle. Su mano se quedó tendida a unos centímetros de sus fauces.
El león abrió la boca, mostrando sus colmillos. Posó su lengua bajo la mano del leñador y cerró con cuidado la mandíbula. Era un precio que debía pagar por su vida; su mano a cambio de sobrevivir.

El leñador cayó desmayado. Cuando despertó, sin su mano izquierda, comenzó a construir un monumento al león que le salvó la vida. Esta casa, este es el monumento. Unos dicen que estuvo trabajando con una sola mano durante 300 días; que no descansaba...
Cuando vio terminado su trabajo, talló el gran portón sobre un inmenso roble. No satisfecho con su trabajo, quiso hacer un verdadero santuario. Volvió a salir al bosque, en busca de su león.

Casi moribundo, volvió a sentir el calor que le invadió la primera vez. Cuando el león estaba a solo unos centímetros de su mano sana, el leñador alzó un hacha y cortó la cabeza del león. esta se convirtió en el oro más brillante del mundo.

Ahora la cabeza del león descansa en el portón, a la espera de que una curiosa mano pague el precio del leñador..."

Era curioso que siempre que mi tío contaba esta historia, el león parecía mirar fijamente; escuchar atento la historia. Cuando mi tío terminaba, parecía que de la boca abierta del león emanaba sangre, la sangre del leñador.

***